domingo, 7 de marzo de 2010

Capítulo 2. Crueldad Intolerable

Alejandro comenzó a colmar de besos y abrazos a sus amigos mientras repetía una y otra vez: ¡Qué guapos! ¡Qué guapos! Todos sabían que siempre había sido un buen adulador. Pero el saludo a Jonás fue diferente, ya que le susurró al oído: ‘Nene, ¿has visto cómo te ha mirado?’

- Sí, lo he visto... ¿no le habrás dicho nada? – preguntó nervioso Jonás. Alejandro entre seriedad y glamour le respondió: ¿Yo? que va, que va... eso es chipa, es química... yo creo q le gustas.
- Anda no digas tonterías. Eres un liante y luego pasa lo que pasa. – Exclamaba Jonás perdiendo la sonrisa. Sin embargo, ahí estaba Miguel para echar un capote. ‘Anda Jonás, no te pongas así, que no decaiga la noche, que seguro que no le ha dicho nada, ¿verdad Alejandro?’ – se apresuró a decir Miguel.
- ¡Palabrita de Epi y Blas en el Día del Orgullo Gay! – exclamó con sonrisa picarona Alejandro.
- Anda, anda. Toma, bebe y calla... que me estresas... – le dijo Jonás aliviando tensiones. Y todos empezaron a reírse a la vez.

Cierto es que Alejandro ya había metido la pata en un par de ocasiones, aunque su intención fuese siempre la de ayudar. Pero ya se sabe, no siempre la intención es lo que cuenta. Por suerte, Miguel estaba ahí para actuar como mediador, su madurez era la base del grupo, ya que Alejandro también tenía 20 años. Alejandro está en el grupo desde que lo conocieron una noche del verano pasado cuando vino como un caradura pidiendo hielo a diestro y siniestro, regalándoles los oídos para conseguirlo. Siempre fue muy tunante, por eso Ricardo siempre le decía que había venido para quedarse, y por el momento así era. Puede ser que ese don de gentes sea reciente, ya que Alejandro ha trabajado los dos últimos años como dependiente en Primor, la famosa franquicia de perfumes y cosméticos.

Entre copa y copa, las bromas y las historias de la semana hacían entretenida la velada. Además, Alejandro y Ricardo se dedicaban a saludar a todo el mundo que pasaba y siempre alguna historia anecdótica surgía. Aunque Jonás y Miguel no podían evitar comentar que eso algún día les traería problemas.

Eran las tres de la madrugada y el botellón estaba casi consumido, los hielos derretidos y Jonás y sus amigos empezaban a tener ganas de baile. La Uve empezaba a vaciarse y ya cada oveja se dirigía a redil particular. Para Jonás la primera parada oficial desde hacía tiempo era Parthenon. No sabía si era por la música o por la tranquilidad del sitio, pero el primer baile siempre lo echaban en ese local. Aunque esa noche sería diferente.

Llevaban media hora bailando las canciones pachangueras cuando Ricardo entre dientes empezó a decirle a Jonás: ¡¡Vámonos de aquí, corre!! Jonás, sin disimulo alguno se giró y vio como el ex novio de Ricardo, Jaime, se daba el lote con un chico. Casi por inercia, Jonás intentó tranquilizar a Ricardo, sabía que eso era agua pasada y que debía superarlo tarde o temprano.

- Nene, no podemos seguir así. Siempre es la misma historia: lo ves e intentas salir corriendo. Hay que enfrentarse a ese tipo de situaciones, sino no se superan. – decía seguro Jonás a Ricardo.
- Lo sé, pero no es nada fácil. Ya me conoces. – fue lo que respondió entre lágrimas Ricardo, mientras Miguel le acariciaba el pelo.

Aunque estaba alterado, decidió quedarse, evitando mirar hacia la esquina en la que Jaime y su chulo retozaban. Sin embargo, la curiosidad de Miguel hizo que agarrase a Alejandro del brazo y le pidiera que lo acompañase al servicio. Ricardo intentó detenerlos pero no lo consiguió. Miguel esquivaba a la gente hasta llegar a las escaleras y bajar a los servicios pasando justo junto a Jaime. Alejandro se iba entreteniendo por el camino saludando a todos sus conocidos muy cordialmente, típico de él, pero Miguel lo tenía bien sujeto del brazo para que no se parase con nadie. La misión estaba clara: descubrir quién estaba liándose con Jaime para tranquilizar a Ricardo. Justo cuando pasaban tras ellos, Alejandro, ignorando la situación, reconoció a Jaime y le golpeó en la espalda para saludarlo. Cuando Jaime se giró, ofreció un abrazo a Alejandro mientras sonreía.

Miguel se quedó con los ojos abiertos, sin articular palabra, mirando al acompañante de Jaime. Jaime lo saludó a pesar de lo estático de su mirada, y es que Miguel no daba crédito a lo que estaba viendo. Se le hizo un nudo en la garganta y pasado un rato, logró saludar correctamente.

- Vosotros ya lo conoceis. – dijo Jaime.

Miguel dirigió su mirada por un segundo a Alejandro y después al acompañante de Jaime. Aquello tan sorprendente y que había dejado sin aire a Miguel era Marcos, su ex. En ese momento una crueldad intolerable se apoderó de su interior.

En la distancia Jonás y Ricardo, dejaron de moverse al ritmo de la música para poner atención a lo que pasaba junto a las escaleras. No acertaban a reconocer al chico que acompañaba a Jaime. Pero Ricardo cada vez se sentía más ahogado, más ansioso.

Miguel, sin salir de su asombro dio un beso en la mejilla a Marcos y con voz tierna y suave, ocultando su rabia, preguntó: ‘¿Cómo te encuentras?’

- ¡Genial! – respondió Marcos mientras sostenía la mano de Jaime.

Alejandro, que a veces tenía momentos de lucidez, echó su brazo sobre los hombros de Miguel y se despidió mientras bajaban las escaleras: ‘¡Luego nos vemos, chicos! ¡Sed buenos!’

Al llegar abajo, se giró y miró a Miguel. Estaba derrotado y una lágrima de pureza comenzó a deslizarse sobre su mejilla, perdiéndose entre lo espeso de su barba. Alejandro sin decir nada, se abrazó a él con mucha fuerza y, mientras sonaba música house, comenzó a repetirle una y otra vez en el oído como en una escena de la película Titanic: ¡No te hundas Miguel, no te hundas!

- ¡He sido un estúpido! – pensó. ¡Sólo habían pasado 10 días de su ruptura y ya estaba dándose el lote con otro! ¡Y encima con Jaime! – era lo único que se decía así mismo una y otra vez. Todo aquello le parecía increíble. Las lágrimas que Marcos había derramado sobre su hombro días atrás, puro teatro.

Cinco minutos más tarde, en el servicio, aparecieron Ricardo y Jonás. Entre todos agarraron a Miguel y se lo llevaron fuera. Subieron rápido, mientras Miguel se secaba las lágrimas en la manga de la camisa y salieron de Parthenon. Alejandro, se percató de que la gente lo miraba y tan original como siempre empezó a decir en voz alta: ¡Eso te pasa por usar rimel del todo a cien! Entre sollozos y mientras andaban a toda prisa fuera de la Nogalera, Miguel esbozó una leve sonrisa. Sabía que era afortunado por los amigos que tenía y que los momentos malos, en compañía, son menos malos.

Se alejaron un par de calles de la zona del botellón, en un lugar con luz tenue y solitario y se apoyaron en una pared mientras Miguel se desahogaba. Ricardo se sentía peor por ver a Miguel así, más que por saber que su ex, Jaime, se estaba liando con otro. Ver a su amigo hundido era más duro que su propio desamor, al fin y al cabo, él había roto con Jaime hacía varios meses, mientras que Marcos y Miguel solo llevaban unos días separados.

Una hora después, Miguel ya había llorado bastante. Él y Ricardo, se repusieron de su bajón, miraron el reloj y al ver que eran las cuatro y media cambiaron el chip. Sabían que aún quedaba mucha noche por delante y fueron en busca de pases de descuento para entrar en la Discoteca Palladium.

- ¡Esta noche se hace día, como que me llamo Miguel! - exclamó en voz alta.